Llevo sufriendo ataques de ansiedad desde que tenía 24 años. He leído enormes cantidades de libros y textos referentes a este mal y a su hermano, el pánico. He asistido a cientos de terapias, de psicólogos, de médicos. He probado todo tipo de terapias alternativas, fármacos, meditación. ¿Mis síntomas? Sentir que no respiro, tiritar sin control, sudores fríos, mareos, vómitos, el corazón a mil por hora… ¿Ilógico? Por supuesto, pero, en ese momento, los síntomas creados en mi cabeza se vuelven reales. Al ser reales, hiperventilo. Al hiperventilar, me angustio. Entonces me ahogo. Y esa sensación de ahogo es real, sin comillas, al igual que todas las descritas más arriba, las cuales se suceden sin control en mi cuerpo.
El otro día me dio un ataque de ansiedad justo antes de salir a pinchar (segunda vez en mi vida que me ocurre trabajando). Todo se desencadenó cuando intentaba relajarme en el camerino segundos antes de antes de salir al escenario. Sin saber muy bien cómo, mientras yo estaba con mi manager sentados en silencio, la habitación se llenó de gente que no conocía de nada, invadiendo lo que yo consideraba mi espacio de relajación antes del trabajo. Entiendo que estaba en el único camerino de una sala de tropecientas personas y que los trabajadores tienen que utilizarlo para los descansos y demás, pero aquellos ni eran trabajadores ni iban a descansar.
La mayoría de gente entró a hacerse unas rayas, tirarse en los sofás, fumar, servirse unas cerverzas… (amigos de).
No voy a entrar en el tema de las drogas porque creo que cada uno puede hacer lo que quiera mientras no perjudique al resto, pero si lo menciono es porque en ese momento me sentía vulnerable y me incomodó. Y allí, minutos antes de salir al escenario, un montón de gente que no conocía estaba invadiendo mi zona segura, yo intentaba «ser adulta» pero no era capaz de concentrarme. Comencé a angustiarme. Tuve que salir a tomar el aire, pero las arcadas ya habían comenzado y al final vomité. Se me durmieron las manos, se me secaba la boca, se me tensaba el cuello. Quedaban menos de diez minutos para que saliese a pinchar. Intenté serenarme, pero cuanto más pensaba en ello peor me ponía. La cosa llegó a tal punto que hasta que no pude ni hablar de las arcadas que tenía. La parte mas infantil se había adueñado de mi.
Mi manager le dijo al encargado de sala por lo que yo estaba pasando que preguntó si quería cancelar. Mi respuesta fue negativa aunque pedí que me pusieran un cubo en la cabina por si la cosa iba a peor. Era una petición bastante humillante, pero me resultaba mucho más vergonzoso tener que cancelar una actuación por una chorrada que me había pasado en el camerino (al escribir estas líneas me vuelvo a agobiar tan sólo con el recuerdo y me arrepiento tanto de no haber podido «ser adulta»).
Aunque conseguí arrancar la sesión, no era capaz de concentrarme en las mezclas ni de escuchar las canciones con la debida atención. Un hormigueo recorría mis brazos y mis manos, tiritaba, resoplaba y las nauseas seguían ahí. Intenté fijarme en el público, pero tampoco quería que se dieran cuenta de mi estado, por lo que la ansiedad se duplicó al no poder ocultar lo que me estaba pasando. Al final mi manager se acercó a la cabina y me dijo: «pincha con el sync, que no estás dando ni una». El DJ residente también me ofreció su ayuda, interesándose por mi estado. Mientras, yo, balbuceando, me aguantaba las ganas de vomitar, sudaba muchísimo y, debido al alien de mi estómago, no era capaz ni de saber lo que estaba haciendo. Estaba completamente aterrorizada. Sólo quería que aquello acabase cuanto antes porque la situación se me había ido completamente de las manos. Además, al miedo de que la gente me viese mal se unió el miedo a que pensasen que estaba así porque me había drogado. A los 20 minutos de sesión (para mí fueron horas), el encargado y uno de los residentes se acercaron y me sugirieron que lo dejase «mejor que lo dejes, no estás dando ni una» me dijo alguien al oído. Por una parte me sentí aliviada, pero por otra me sentí humillada, sentí que había decepcionado a los presentes, pensé en la imagen que debería estar dando, en que nunca más volverían a llamarme en esa sala, en que el pánico y la ansiedad habían ganado la batalla.
Diez minutos después de abandonar la sesión me encontraba tumbada en la parte de atrás del coche de mi manager con un orfidal debajo de la lengua y respirando al fin más tranquila. Al día siguiente, las sensaciones de arrepentimiento, impotencia y decepción fueron enormes. Aún me fastidia recordarlo y saber que no pude con la situación. Aún sigo pidiendo perdón al encargado de la sala, al jefe, a los compañeros y a los asistentes de aquella fatídica noche (una vez más lo hago desde estas páginas).
No puedo decir que he vencido a los ataques de pánico, aunque ahora los afronto de diferente manera. Mis detonantes son demasiados y la tarea de controlarlos a todos es difícil. Pero tampoco diré que este trastorno, me ha terminado venciendo. La lucha continua, y la balanza se inclina hacia el control.
Aun así, ese control que voy ganando lo pierdo en ocasiones, y es durísimo ver como tu mente va por un lado y tu cuerpo por otro. Ver que te puede afectar a tu vida social, a tu vida sentimental o a tu vida profesional. Sientes una impotencia terrible. Sobre todo porque cuando comienzas a perder el control, estás perdido. Y puede pasar en cualquier momento: cruzando la calle, cogiendo un tren, un avión, en el trabajo o incluso en la cama antes de dormir. El miedo a no saber cuándo perderás el control puede facilitar que pierdas el control. Y eso hay que trabajarlo. Porque si no lo haces, no podrás llevar una vida normal.
Me ha costado mucho escribir estas líneas porque tenía miedo de abrirme a un tema tan delicado y que en muchos sitios es considerado tabú (profesionales del sector me han recomendado no hablar sobre mi ansiedad porque puede dejarme sin trabajo). No todo el mundo comprende la gravedad de este problema, y los que no sufren de este problema creen que la solución es sencilla. Además ¿quién va a querer contratar a alguien que sufre ataques de ansiedad? ¿Quién va a querer estar con alguien que tiene miedo al miedo? ¿Cómo se apoya a una persona que no sabe controlar su miedo? Yo ya me he hartado de ocultarlo. No quiero tener miedo nunca más.