P.

Soy un melómano común y esta es mi historia. 

Sobretodo soy un beatmaker. Me enganché a esta cultura del Hip Hop desde pequeño, la energía y la unión que transmitían todos sus elementos cada vez que veía algún videoclip o película. 

Historia, humildad, respeto, buen rollo, etc. 

La culpa la tuvieron Spike Lee, The Fresh Prince pero sobre todo el baloncesto. La NBA. 

Mi primer desengaño fue aquí. Cuando empecé a darme a conocer en mi ciudad, era visto como un bicho raro y constantemente recibía presiones y comentarios como: «¿Tú eres rapero? ¿Y no fumas?» «¡Ey tío, ¿quieres hierba?» 

Siempre tuve claros mis ideales. Crecí con deporte y mis referentes desde pequeño fueron artistas y deportistas que llevaban una vida sana. Me sentí incomprendido por un lado, pero por otro sabía que yo era el original. En todas las tribus urbanas se enorgullecen de ir a contracorriente, de ser originales, de ser diferentes, pero incluso en las contraculturas todos navegaban por la misma corriente: si eres rapero, fumarás porros, y si eres amante del Techno o del Drum & Bass, te gustará ir de Rave y, por supuesto, consumir químicos. 

Tenía mi trabajo, precisamente como pedagogo en zonas de riesgo. Siempre inculqué a los míos mis 4 pilares fundamentales: DORMIR BIEN, HACER DEPORTE, LEER/CREAR Y COMER BIEN. 

Estalló la crisis y con ella se fue el trabajo, por lo que me inicié en el mundo del DJ solo y exclusivamente por necesidad económica y amor incondicional a la música. 

Tuve que pinchar en sitios durante 5 horas seguidas gratis. Era el precio que tenía que pagar para que vieran la selección musical que ofrecía. 

Recuerdo perfectamente mi primera sesión como DJ. La verdad es que no estaba para nada nervioso y más que una invitación por parte del dueño del bar, fue una autoinvitación por motivo de mi cumpleaños. Fue muy simple. Propuse hacer una fiesta de cumpleaños, llevaría a todos mis amigos pero con la condición de que yo pondría la música. 

La única condición que me puso él fue: Hasta las 00:00h porque había una fiesta Erasmus. 

Aquella fiesta fue increíble. Como algo mágico y completamente improvisado, empecé a poner temas de música electrónica de la era Hip Hop de los 80. Dio la casualidad de que había un colectivo de Breakers en el lugar y con todo el subidón, todos empezaron a bailar en grupo. Luego otros se animaron a improvisar y aquello se convirtió en una verdadera fiesta de HIP HOP. Pero como Cenicienta, tuve que cortar a las 00:00h y eso hice. Muchos Erasmus que ya estaban allí me preguntaron decepcionados por qué tenía que irme en el momento más álgido. 

El dueño del bar, por otro lado, me presionaba para que me quedara e incluso se enfadó porque no aceptaba las recompensas que me ofrecía: unos cuantos chupitos, destilados gratis o cervezas. 

Yo soy una persona fija en mis principios y es muy difícil que me compren, mucho menos con alcohol (no suelo beber). 

Así que recogí mi equipo según lo acordado y comenté a los que estaban decepcionados por el final de la fiesta que nos veríamos en el club de al lado para continuar desde las 00:00h hasta el cierre (previamente lo había pactado con ellos y estaban encantados). 

Imagínense la cara de esa persona al ver que el club se vaciaba, incluidos los Erasmus, para irse al club de al lado a seguir con esa «fiesta de cumpleaños». 

Poco a poco fui pinchando en más lugares con mi estilo musical: música negra. A veces pinchaba gratis por placer para conocidos, otras veces ofreciendo 50€ la noche (de 23:00h a 06:00h) y muchas veces por alcohol y marihuana gratis, cosa que nunca acepté. 

Cuando eres novedad, todo es perfecto. Cara nueva, música nueva y, por lo tanto, energía nueva. Pero cuando el mundo de la noche, que lo formamos cuatro gatos, conoce tu estilo y está acostumbrado al estilo de tus sesiones, empiezan las exigencias y tratan de eliminar tu identidad. 

He pinchado música Trap por la noche y he tenido que aguantar insultos del borracho violento de turno, intentando acceder a la cabina exigiéndome que pusiera música de verdad y no esa mierda. 

He tenido que aguantar a borrachos en una noche temática de ElectroFunk exigiendo que pusiera algo de Extremoduro o Delincuentes. 

He tenido que aguantar las risas de quienes me pagaban por mi trabajo por no beber ni siquiera una cerveza mientras estaba pinchando durante horas: «¡Hey, disfruta de lo bueno de tu trabajo! ¡Que las copas te salen gratis! ¡Hazte uno y nos lo fumamos fuera! ¡Eres demasiado sano tío! ¡No sirves para la noche!». 

También he recibido llamadas de atención del gerente del local porque escuchaba a la gente quejarse por no poner «perreo». 

Incluso han pasado mujeres por mi vida que me han idealizado por mi posición de DJ cuando me conocieron, pensando que era un tipo fiestero, versátil, nocturno, intenso y que podría llevarlas a todas a fiestas gratis o incluso aprovechar mis contactos para beneficiarse en sus sueños de ser una DJ. 

Lo siento, pero tengo un estilo y unos ideales. Soy una persona común pero con un gusto musical exquisito y no soy de los que piensan que hay que darle al público lo que pide, lo que quiere escuchar. Para eso ya están los 40 PRINCIPALES. Un DJ es aquel que muestra joyas nuevas para que el público se sorprenda ante tal descubrimiento, que coja su teléfono móvil e intente descifrar el título de la canción con Shazam. Pero para eso hay que educar. 

Harto de estas situaciones, en una fiesta de los 90s, la dueña del local me comentó que pusiera algo que rompiera y volviera locos a todos. Bromeé con ella y le dije textualmente: «La gente es borrega. Si quieres que lo den todo, no te preocupes, voy a poner Jungle, Dub Step y Drum & Bass. La gente acabará con las mandíbulas torcidas, consumirán más, harás más caja y yo cobraré más». 

Nos empezamos a reír y quedó pactado. Me dijo: «Trato hecho». 

Se pueden imaginar perfectamente cómo fue la noche, tal y como habíamos planeado, pero hubo algo que me entristeció mucho y fue mi punto de inflexión en este mundo. Vi a mi pareja por aquel entonces entrar, me alegré mucho porque pudo venir al final a pesar de sus horarios de trabajo. A las dos horas se acercó a la cabina, muy sonriente y cariñosa, y me dijo con orgullo riéndose al oído: «Me he metido, me he drogado». 

Hubo muchos sentimientos y pensamientos que rondaron por mi mente: decepción, culpabilidad porque pensaba que fui el artífice de que mi pareja, la chica más sana del mundo, coqueteara con las drogas, enfado porque no podía controlar la situación. 

Tuvimos que echar a duras penas al personal porque se negaban a terminar con la fiesta. Mi pareja esperaba fuera, esperando a que la llevara a casa, por otro lado la jefa del local contentísima haciendo caja y dispuesta a darme una compensación económica extra. Vi una situación tan fea y tan dispar que me fui solo a casa sin compensación económica extra y sin llevar a mi pareja a casa. Esa noche fue la última y me prometí a mí mismo que solo iba a poner música para disfrute de ella, no como excusa para que todos consumieran. 

Ahora solo acepto pinchar en lugares por el día, atardeceres, cafés, etc.: mucho Mellow, mucho Jazzy y mucho Lo-Fi. Temprano a dormir y madrugar para dar un buen paseo matutino por la playa y disfrutar del sol. 

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