Elisa

Soy Elisa, una mujer andaluza, lesbiana, emigrante y con discapacidades. He trabajado como técnico y artista en distintos ámbitos profesionales dominados mayoritariamente por hombres como técnico de escena o DJ. A lo largo de los años, he trabajado en lugares tan diversos como La Rioja, Baleares, los Países Bajos o el Reino Unido.

Actualmente, gestiono mi propio espacio creativo, Câh Pan’calâh Recording Studio, desde donde producimos programas como Al-Andalû Ôttlain o Break Generation para Radio Buena Vida (UK). Estos proyectos muestran y celebran la escena más moderna y underground de Andalucía. El objetivo es que estos proyectos alcancen un nivel global mostrando lo más local y especial de Andalucía. Mi meta es glocalizar el arte y la cultura andaluza: convertir lo local en global, transformando nuestras costumbres en algo universal y atractivo, capaz de conectar culturas y establecer un diálogo enriquecedor.

Además, colaboro activamente con grupos artísticos y sociales aquí en Escocia, donde vivo. Mi enfoque siempre está en promover la inclusividad, la diversidad y la justicia social, valores que son el centro de todo lo que hago.


En Andalucía, las dificultades para trabajar en condiciones mínimas inclusivas son una barrera constante. Los espacios rara vez consideran las necesidades de las personas con discapacidad, y cuando solicitas algún tipo de adaptación, la respuesta suele ser negativa. La actitud predominante es de «sálvese quien pueda»: si no puedes adaptarte tú al espacio, simplemente no encajas. Esto crea un entorno laboral hostil, donde la accesibilidad y la igualdad no son una prioridad y supone una barrera enorme para nosotras.

Además, la diversidad en la programación de eventos es prácticamente inexistente. El ámbito de los promotores y planners suele ser primordialmente masculino, y sus decisiones reflejan una falta de interés por la igualdad y la inclusión. Solo hay que echar un vistazo a las redes sociales de muchas salas en Andalucía: aunque no tengo los datos exactos, es común ver una representación mínima de mujeres, con apenas unas 10 programadas en todo un año frente a unos 200 hombres, y la representación de personas con discapacidad es prácticamente inexistente.

A esto se suma la falta de espacios adaptados a las necesidades especiales que puedan tener los artistas, algo que se podría solucionar fácilmente organizando y diseñando los espacios de una manera más inclusiva y accesible para todos.

Dinámicas tóxicas en la escena

La escena en Andalucía, y especialmente en Sevilla, es un entorno bastante tóxico, impregnado de dinámicas machistas y una gran falta de diversidad e inclusión. Es un ambiente perfecto para que los bullies se desarrollen y actúen con total impunidad, dificultando la pertenencia de quienes no encajamos en las normas que entre ellos han establecido.

En la escena es más importante el networking que la calidad artística. Los DJs y profesionales trabajan más por sus vínculos personales que por el valor real de su trabajo o proyecto. Esto desanima a quienes buscamos destacar por méritos y nos empuja, a las artistas con propuestas sólidas y originales, a emigrar a lugares más inclusivos y menos competitivos, donde la calidad del trabajo y la inclusión sean valores importantes.

Mientras que los hombres pueden triunfar y estar activos en la escena con trabajos de mediocre calidad gracias a redes de amistad masculina, las mujeres debemos ser excepcionales para ni siquiera ser consideradas profesionales. Y aun así, sigue siendo difícil que nos reconozcan o cuenten con nosotras para tocar. Esto genera un entorno desigual donde el acceso a los espacios es sistemáticamente más difícil para nosotras.


El tema de la violencia hacia las mujeres, ya sea sexual, simbólica o física, es una de las realidades más graves y por desgracia comunes dentro de esta industria masculinizada. Cuando se suma a otras razones de discriminación, como la discapacidad, la racialidad o la orientación sexual, la posibilidad de sufrir algún ataque o situación de discriminación se multiplica.

Nuestros compañeros hombres, en muchas ocasiones, no entienden qué hacemos en la escena, porque la imagen tradicional que tienen de las mujeres está profundamente arraigada en roles de cuidados, embellecimiento del espacio o atención a las necesidades afectivo-sexuales de los miembros del grupo. Desde su perspectiva, nuestra presencia en un lugar que históricamente han considerado suyo parece una intrusión, un desafío a su dominio de los espacios. En su imaginario, estamos «molestando» a los hombres, porque nuestra presencia no encaja en el tipo de papel que ellos creen que deberíamos ocupar.

Esta percepción revela una resistencia a compartir un espacio que consideran exclusivamente masculino. No se plantean que ese espacio también nos pertenece, porque la escena, ya sea musical, técnica o artística, no tiene género. Lo que hacemos no es invadir ni arrebatarles nada, sino reclamar el lugar que nos corresponde, que históricamente nos ha sido negado. Sin embargo, muchos de ellos no perciben este reclamo como un acto de justicia, sino como una amenaza a su posición y privilegios.


Cada vez que revivo esas situaciones de violencia que me ha tocado vivir, cada vez que recuerdo a esos hombres que me han violentado y me han negado el derecho a desarrollarme y disfrutar de mi propia tierra, me da coraje. Y coraje en las dos acepciones que tiene la palabra:

Me da corahe (en Andalûh EPA):

Me molesta profundamente y me llena de rabia tener que estar en mi tierra con ataques de ansiedad e ir con miedo a encontrarme a esas personas que me han violentado y que podrían volver a hacerlo. Me da coraje no poder ni siquiera nombrarlos, porque sé que me arriesgaría a que me violentaran también legalmente.

Y me da coraje (en castellano):

Al mismo tiempo, pensar en esas experiencias me da fuerza y me empodera para seguir adelante con mis proyectos. Creo firmemente en la calidad y la buena intención detrás de lo que hago, y en la importancia de avanzar a mi propio ritmo, respetando mis tiempos. Quiero demostrar que, con los apoyos adecuados, todas las personas podemos realizar un trabajo de calidad, disfrutando del proceso y poniéndole todo el cariño.

Mi objetivo es crear espacios seguros, físicos y simbólicos donde podamos sentirnos cómodas, valoradas y respetadas, haciendo lo que amamos de la forma más respetuosa posible. Y hacerlo aquí donde vivo y en la sociedad donde ahora pertenezco que presta las condiciones idoneas para hacerlo. La situación en España y sobre todo en Andalucía hace tiempo ya que la tomo como una guerra perdida y muy difícil de cambiar.


En Andalucía y Baleares me he encontrado con un sesgo de género mucho más salvaje que en cualquier otro lugar donde he trabajado. Estas experiencias, marcadas por actitudes violentas y profundamente desagradables, han impactado enormemente en mi vida y en mi trabajo.

A esto se suman las dificultades añadidas que implica vivir con discapacidades en Andalucía, donde resulta muy complicado tener una calidad de vida aceptable. Esta combinación de obstáculos fue la gota que colmó el vaso y me llevó a tomar la decisión de abandonar España.

Hay un caso muy concreto, entre otros, que viví en Sevilla dentro de un colectivo bastante grande de DJs varones. Me invitaron a participar, pero una vez allí me encontré con un ambiente hostil, donde predominaban dinámicas humillantes: levantar la voz de manera intimidante, situaciones sexuales no deseadas y una constante desvalorización de mi trabajo. Además, el encubrimiento entre colegas reforzaba estas dinámicas, haciendo que nadie se responsabilizara ni pusiera freno a estos comportamientos, revictimizándome y haciéndome responsable a mi directamente de la causa de estas agresiones.


Estas experiencias impactaron profundamente en mi carrera y en mi bienestar personal. La hostilidad y el constante cuestionamiento de mis capacidades profesionales afectaron mi salud mental, generándome ansiedad, depresión, un fuerte sentimiento de desarraigo y una visión muy pobre de mí misma y de mi trabajo. Finalmente, dejé la escena durante varios años, enfocándome en trabajar en otros sectores que nada tienen que ver con al arte.


Con el tiempo, comprendí que estas dinámicas no eran problemas aislados, sino síntomas de un sistema estructuralmente machista que no estaba dispuesto a cambiar. Esta realidad me llevó a tomar la difícil decisión de alejarme de Sevilla y buscar lugares donde pudiera trabajar con tranquilidad y respeto, demostrando que mi valor profesional no depende de la aprobación de estos “bullies” que perpetúan dinámicas de exclusión.

Transición: Decisión de cambiar de entorno

Ya hacía tiempo que me planteaba la posibilidad de emigrar a un lugar más igualitario y amable con las personas con discapacidad. La situación en España me hacía sentir limitada y desprotegida, y necesitaba encontrar un entorno donde pudiera tener una vida digna. Escocia fue el destino que elegí, y afortunadamente acerté. Aquí encontré una sociedad verdaderamente comprometida con los asuntos sociales.

Llegué a Escocia con muchos problemas físicos: baja visión, diplopía, dificultades de audición y problemas de equilibrio. Además, estaba profundamente deprimida por lo que había vivido en Sevilla. En España, los costes para mejorar mi salud eran económicamente inaccesibles para mi: unas gafas adecuadas costaban más de 3000 euros, y la posibilidad de mejorar mi audición era tan cara que ni siquiera la contemplaba. En mi llegada al país, dependía de unas gafas viejas y lentillas que solo me permitían moverme con dificultad, causando mareos y fatiga constante. Apenas tenía energía para salir de mi habitación después de trabajar ocho horas en el hotel.

Acostumbrada a la precariedad laboral de España, no había informado a mi empleador sobre mi situación de salud. Temía perder mi trabajo y quedarme en la calle. Sin embargo, un día sufrí un mareo severo y perdí el equilibrio. Esto preocupó a mis compañeros, y me vi obligada a hablar con mi jefa y explicar mis condiciones de salud y por qué no lo había mencionado antes. Para mi sorpresa, en lugar de verme como un problema, mi jefa me ofreció apoyo. Me asignaron una coach especializada en inclusión, quien me mostró todas las opciones disponibles en Escocia para mejorar mi calidad de vida con discapacidades.

El hotel adaptó mi lugar de trabajo y ajustó mi horario para que fuera más adecuado a mis necesidades. También me ayudaron a conseguir atención médica gratuita, donde recibí unas gafas y audífonos que marcaron un antes y un después en mi vida. Gracias a estas adaptaciones, pude avanzar con mi nivel de inglés, comunicarme mejor y desempeñarme con mayor eficiencia en mi trabajo. Empecé como limpiadora, ascendí a supervisora y luego a manager assistant. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí valorada y respaldada en un entorno laboral.

Poco a poco, fui estabilizando mi vida gracias al sistema de apoyo de Escocia. Obtuve el reconocimiento de mis discapacidades, acceso a un piso adaptado, coaches  y recursos que me ayudaron a manejar mejor mi situación. Esto me dio el espacio emocional y físico necesario para retomar mis proyectos creativos. Con los recursos que finalmente pude reunir, lancé dos programas de radio, Break Generation y Al-Andalû Ôttlain, en Radio Buena Vida. Esto marcó el inicio de un nuevo capítulo en mi vida, donde pude dedicarme plenamente a mi pasión.

El apoyo que recibí en Escocia no solo me permitió reconstruir mi vida, sino que también me devolvió la confianza en mí misma y en mi capacidad de contribuir a la sociedad. Pasé de sentirme completamente desarraigada y limitada a tener estabilidad, reconocimiento y herramientas para crear. Mi experiencia aquí me ha demostrado que, cuando se prioriza la inclusión y el respeto, las personas pueden prosperar independientemente de sus circunstancias.

Un claro ejemplo de esto es mi residencia en Radio Buena Vida, un espacio que ha cambiado mi vida de manera profunda. Esta emisora comunitaria, comprometida con la diversidad, la igualdad y la inclusión, ha creado un entorno verdaderamente seguro y cómodo para todas las personas, especialmente aquellas que tenemos necesidades especiales. Lo que más me impacta es que no se trata solo de adaptar físicamente el espacio, sino de una filosofía activa y práctica para que cualquiera pueda sentirse cómodo y valorado.

En mi caso, con mis problemas de visión y audición, siempre cuentan con una persona a mi lado que me explica lo que sucede y de qué se habla en cada momento y que me acompañan a la hora de ir en vivo con mis programas. Esto no solo me hace sentir incluida, sino que asegura que mi voz y mi opinión sean tenidas en cuenta. Además, me han dado total libertad para hablar de los temas que considero importantes en la radio, y explican mi situación al resto de los residentes para evitar malentendidos y fomentar un ambiente de apoyo mutuo. Por primera vez, he encontrado un lugar donde puedo desarrollar mi trabajo sin miedo, ansiedad o esa sensación de que soy menos válida por  ser mujer o tener discapacidades.

Radio Buena Vida no es solo una emisora; es una comunidad de apoyo mutuo. Desde sus inicios, han mantenido un compromiso firme con la diversidad y la inclusión. Su programación busca un equilibrio de género y representa a minorías, comunidades marginadas, personas de clase trabajadora y quienes enfrentan barreras socioeconómicas. Ofrecen una variedad musical que incluye géneros como experimental, flamenco, punk, dub, jungle o soul, además de entrevistas y debates sobre temas relevantes. En 2022, dieron un paso más al abrir el Café Buena Vida, un espacio accesible donde la radio, oyentes y la comunidad convergen de forma inclusiva y acogedora.

Para mí, Radio Buena Vida ha sido el espacio más importante e inclusivo en el que he trabajado. Gracias a su apoyo, he retomado mi carrera, recuperado mi confianza y sentido que mi trabajo tiene calidad y puede llegar lejos. Ahora, puedo volver a pinchar en condiciones de inclusividad y comodidad, sintiéndome segura y respetada. Este lugar ha demostrado que, cuando se priorizan el respeto y la inclusión, todas las personas pueden prosperar y contribuir con su talento.

Para terminar, me gustaría destacar algunos ejemplos positivos de lo que sí se está haciendo bien en Sevilla (no todo es machismo), iniciativas que demuestran que el cambio es posible cuando se pone el foco en la inclusión y la diversidad. Un gran ejemplo es la sala Pandora, que está trabajando en una programación más comprometida, contando con la participación de bastantes mujeres y colectivos LGTBIQ+. Además, su estrategia de marketing proyecta una imagen fresca, moderna y alineada con valores de igualdad e inclusividad, algo que debería ser un referente para otros espacios culturales.

Otro proyecto digno de mención es este espacio al que adoro, el del colectivo de mujeres Las Asarvahás, que han creado su Peña Flamenca Feminista en el barrio de San Diego. Este espacio reinterpreta el flamenco como una herramienta de empoderamiento y resistencia, destacando el arte hecho por mujeres y disidencias. Su enfoque feminista y LGTBIQ+ les ha permitido conectar profundamente con la comunidad local, creando un espacio auténtico, seguro y libre de gentrificación. A través de redes sociales y del boca a boca, difunden un mensaje poderoso de igualdad, historia y cultura, transformando los barrios y devolviendo el flamenco a sus raíces más inclusivas.

Por último, quiero recomendar un libro que considero fundamental para cualquier sala, colectivo o persona que trabaje en la organización de eventos: Cómo crear espacios más seguros: Una guía para darle una patada al acoso y echarlo de los lugares que frecuentas, de Shawna Potter.

Es una guía que deberían tener todas las salas y personas que se dedican a la organización de eventos para construir espacios más seguros e inclusivos, donde la convivencia y la gestión de comunidades sean prioridad y a la vez garantizar que las personas puedan expresarse y socializar sin miedo a violencia o represalias.

Es un manual fácil de leer, lleno de ideas prácticas y aplicables, que demuestra que lo único que hay que cambiar es nuestra manera de hacer las cosas. Con un poco de compromiso, podemos convertir los espacios en lugares donde todas las personas se sientan incluidas, valoradas y seguras. Este libro es una herramienta esencial que recomiendo a cualquier persona que desee crear comunidades más inclusivas y respetuosas.

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