Desde mis 18 años, me sumergí en el emocionante mundo de ser DJ. Mis inicios fueron en salas, aprendiendo de veteranos de la escena, y desde el primer momento, experimenté lo mejor y lo peor del ocio nocturno.
Con el tiempo, los bolos se multiplicaron, llevándome a actuar en lugares remotos que desafiaban mi sentido de pertenencia. Cuestionaba mi presencia en los bolos, preguntándome: «¿Qué estoy haciendo aquí?» Lidiar diariamente con personas ebrias y la constante falta de respeto hicieron que me planteara si todo valía la pena.
Mi pasión por ser DJ y perseguir mi sueño era innegable, pero los síntomas de agotamiento empezaron a aflorar. Noches con apenas dos horas de sueño, impulsadas por bebidas energéticas y café, me dejaron en un constante estado de irritabilidad y negatividad.
Lo que era mi sueño se convirtió en una rutina que me robaba la oportunidad de disfrutar mi juventud. No tenía tiempo para amigos ni familia; cumpleaños, navidades y eventos familiares importantes quedaban eclipsados por mi trabajo. Me sentía solo, desconectado de mis seres queridos que dejaron de contar conmigo.
La soledad de estar lejos de casa se mezcló con el agotamiento y el ritmo frenético, dando paso a la ansiedad. Sin ser tomado en serio por los estigmas de la vida nocturna, busqué mi propia salida, dí con la web de Depresión en la cabina y encontré un psicológo. Aprendí a decir que no y a gestionar mejor las emociones. La ayuda profesional se volvió esencial; entendí que mi salud mental era primordial.
Hoy, he redescubierto la alegría de trabajar en lo que amo. Esta es mi historia. Gracias por toda la ayuda.